Hambre de poder
Desde el principio de los tiempos, el hombre ha anhelado el poder: las luchas por dominar a los demás siempre alteraron nuestra existencia. También hoy, la ambición de dominar a otros está causando estragos y destruyendo innumerables vidas. Lo que destruye la empatía entre las personas es el deseo de dominar. Y aunque no podemos eliminarlo, deberíamos aprender a usarlo positivamente para que no acabe destruyéndonos a todos.
Se podría afirmar sin temor a equivocarnos que uno de los rasgos principales del ser humano es el deseo de controlar todo lo que le rodea. Este rasgo no solo se da en los gobernantes, sino en todos los seres humanos en general.
Ese deseo de poder existe dentro de nosotros desde el momento en que nacemos. ¿Qué bebé no desea agarrar todo lo que puede con sus manos? Está en nuestra naturaleza el querer poseer y controlar todo lo que vemos, ponerlo bajo nuestra autoridad, tenerlo todo bajo nuestro control.
El problema no es querer algo, sino que ese deseo vaya más allá del nivel donde podemos equilibrarlo, llegando a un punto en el que deseemos controlar a los demás y evitar que obtengan lo que quieren.
En otras palabras, este deseo comienza de forma natural en el nivel de las necesidades básicas pero va aumentando hasta niveles en los que perdemos la lucidez y la mesura. Porque el problema no es querer algo, sino que ese deseo vaya más allá del nivel donde podemos equilibrarlo, llegando a un punto en el que deseemos controlar a los demás y evitar que obtengan lo que quieren.
Hay dos fuerzas fundamentales en la vida: atracción y repulsión. Y ambas se manifiestan a nivel físico, biológico, emocional y moral. Podemos ver cómo los opuestos se equilibran en la naturaleza, mientras que en los humanos la fuerza de atracción, que es el deseo de satisfacernos, ha ido creciendo de generación en generación a lo largo de la historia, hasta llegar al desequilibrio que vemos hoy en día. Para lograr estar en una armonía semejante a la de la naturaleza, debemos aprender a equilibrar los opuestos.
Para subsanar esta tendencia, desde temprana edad, deberíamos enseñar a los niños a conocer cuál es la naturaleza humana, a equilibrar sus fuerzas, logrando sus objetivos de manera constructiva para sí mismos y para todo el conjunto de la sociedad. Deberíamos asimismo enseñarles qué entornos sociales son buenos y cuáles no, y por qué. Deberíamos enseñarles el daño que puede causar el ego imprudente.
Un líder debería sentirse indigno de forma consustancial. Porque, a no ser que sienta que los demás son más capaces, que tienen más experiencia y sabiduría, irremediablemente acabará convirtiéndose en un tirano.
Aprender a controlar y dominar el ego propio es la clave para poder ser un buen gobernante, ya que entonces uno puede usarlo de modo constructivo para el conjunto de la sociedad. De hecho, un líder debería sentirse indigno de forma consustancial. Porque, a no ser que sienta que los demás son más capaces, que tienen más experiencia y sabiduría, irremediablemente acabará convirtiéndose en un tirano. La humildad y cierto sentido de inferioridad, sin embargo, logran frenar el ego y permiten que el líder se mantenga preocupado por todos y sea solidario con todos.
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