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¿Qué ha desenmascarado la pandemia?


Empieza un nuevo año y todos estamos deseando dejar atrás los recuerdos de la pandemia, pero el virus es implacable. Y aunque ya se han administrado millones de vacunas Covid-19 por todo el mundo, algunas medidas preventivas – como el uso de mascarillas– deberían permanecer durante algún tiempo, según los expertos en cuestiones sanitarias. ¿Cómo afectará a nuestras interacciones personales –y especialmente a la generación joven– una sociedad cubierta con máscaras? Pronto descubriremos que la confianza y la cercanía no están condicionadas por el uso o no de mascarillas. Pronto descubriremos que el progreso, a todos los niveles, dependerá de las buenas conexiones con los demás, de nuestro deseo interno de construir relaciones positivas de apoyo mutuo.

¿Cómo afectará a nuestras interacciones personales – y especialmente a la generación joven – una sociedad cubierta con máscaras?

El uso de mascarillas para evitar la propagación del virus ha transformado la mentalidad de las personas a nivel mundial. A excepción de algunos países asiáticos que ya estaban acostumbrados a utilizar mascarillas para prevenir el contagio de enfermedades infecciosas, la medida no siempre ha sido bien recibida en las sociedades occidentales. La cuestión es que las autoridades nos advierten de que debemos acostumbrarnos a usar mascarillas, esa es nuestra «nueva normalidad». Y tras un año cubriendo parcialmente nuestro rostro, una investigación llevada a cabo por expertos europeos y norteamericanos reveló que la mascarilla complica la interacción social entre las personas porque perturba la «lectura de las emociones en la expresión facial».


Los resultados del estudio indicaron que estados emocionales como la felicidad, la tristeza o la ira se percibían –equivocadamente– como estados neutrales. Y que las personas indignadas o asqueadas fueron percibidas como sintiendo enfado. El estudio nunca estuvo dirigido a cuestionar el uso de mascarillas, sino a evaluar su impacto psicológico en las interacciones humanas. En ese sentido, poco a poco comenzaremos a darnos cuenta de todo lo que nos ha sucedido durante este periodo de pandemia, a medida que iban llegando los cambios, y por qué el mundo ha experimentado una transformación tan radical.

La pandemia está activando nuestro mayor deseo: la necesidad de estar conectados con los demás en un mundo cada vez más interdependiente.

¿Cómo seguir de aquí en adelante? Lo cierto es que nuestro progreso no estará condicionado por el uso de mascarillas o el distanciamiento social, sino que dependerá de cuánto nos demos cuenta de que la pandemia está activando nuestro mayor deseo: la necesidad de estar conectados con los demás en un mundo cada vez más interdependiente.


Lo queramos o no, somos animales sociales y el anhelo de unas relaciones más profundas y cercanas con los demás se ha vuelto más palpable, más auténtico y cualitativo. El virus nos ha enseñado algo que nos pasaba desapercibido: nos obliga a mantener la distancia entre nosotros porque no estábamos conectados de manera adecuada. Éramos incapaces de vivir juntos en avenencia y relacionándonos de forma positiva. Así que, muy probablemente, solo podremos volver a acercarnos unos a otros cuando nos demos cuenta de todo esto y cambiemos el rumbo y la calidad de nuestras relaciones humanas.

El virus nos ha enseñado algo que nos pasaba desapercibido: nos obliga a mantener la distancia entre nosotros porque no estábamos conectados de manera adecuada. Éramos incapaces de vivir juntos en avenencia y relacionándonos de forma positiva.

¿Quiénes se ven más afectados por la falta de interacción social? Sin duda, la generación más joven. Muchos de nosotros quizás hayamos olvidado lo que significa ser joven, el primer beso o el primer abrazo. Por lo tanto, es difícil para nosotros comprender lo que experimentan los jóvenes de hoy. Sienten duras restricciones en su interior, no están de acuerdo con quien quiere detenerlos y limitarlos, y maldicen esta pandemia y a la naturaleza por traernos esta situación. Están dispuestos a pasar por encima de lo que se interponga en su camino sin importar las consecuencias solo para vivir el momento al máximo.


Pero la naturaleza sabe cómo arreglarnos. A nivel social, este podría haber sido un golpe todavía mucho más duro. Imaginemos un mundo donde la conexión humana no exista en absoluto, en el que el contacto entre allegados, parejas, padres e hijos desapareciera por completo. Una especie de desconexión total en la que incluso nos costaría respirar, nos sentiríamos indefensos, solos, vacíos. Por doloroso que sea tener que mantener las distancias entre nosotros, la pandemia todavía nos está dando la oportunidad de cambiar y mejorar nuestras relaciones, de cuidar de nuestro círculo, pero sobre todo, de tener en cuenta al conjunto de la sociedad.


Entonces, ¿cómo no perder la esperanza después de un año de pandemia? A través de nuestros pensamientos positivos hacia la conexión. Y recordando que nuestro buen futuro depende de que nuestras relaciones se basen en el cuidado mutuo, la unidad y la solidaridad. La vida entonces se volverá insospechadamente buena, dejaremos de sentir la distancia entre nosotros porque sabremos estar conectados desde lo más importante: nuestros corazones.


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