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La fórmula secreta


No quisimos escuchar, así que ahora ha vuelto. Esta no es una pandemia como las demás. Y, por eso, a la hora de luchar contra ella, no bastan los métodos que solíamos emplear frente a las pandemias del pasado. Además de todos ellos, hace falta algo más.


Antes de la irrupción del virus, llevábamos una vida frenética, contaminante –no solo a nivel de emisiones atmosféricas–, sin reflexionar mucho acerca de nuestros niveles de consumismo, agotando los recursos naturales, explotando a los demás y maniobrando muchas veces sin ningún pudor con tal de conseguir nuestros propios intereses. Aunque, probablemente, no nos dábamos cuenta.


¿Qué hizo entonces la naturaleza? Desde su reservorio –cuna de millones de microbios, gérmenes y patógenos– nos lanzó una bola con efecto. Pensábamos que ni rozaría nuestra portería, pero ha sido un gol por toda la escuadra. Un tanto que nos obliga a detenernos y replantearnos todo lo que sabíamos sobre el mundo /la sociedad / nosotros mismos, pero, sobre todo, a reflexionar sobre el ritmo y estilo de vida al que nos habíamos acostumbrado. El virus parece haber tomado las riendas haciéndonos virar en otra dirección.


Tras unas cuantas semanas en las que nos mantuvo «en modo pausa», el número de contagios remitió. Nos dio una tregua. Así que iniciamos aquella famosa desescalada y la nueva normalidad. Pero básicamente lo que hicimos fue intentar volver a las andadas, y ahora, de nuevo, el virus se hace notar.

Lo cierto es que la naturaleza y nosotros–los seres humanos– hablamos idiomas diferentes.

Lo cierto es que la naturaleza y nosotros – los seres humanos – hablamos idiomas diferentes. Y ese es precisamente el cambio que se espera de nosotros, que empecemos a estudiar otro idioma: el que utilizan todos los integrantes de la naturaleza en los niveles inerte, vegetal y animal. Obviamente, no nos estamos refiriendo a ningún idioma humano, sino a una actitud compartida por todos los componentes de la naturaleza. Algo que todos, excepto el hombre, entienden: el apoyo mutuo.


Por supuesto, puede aducir el lector, que todo ser humano sabe lo que es ser solidario y apoyar a otros. Aunque solo sea de vez en cuando. El quid de la cuestión es que solemos ser solidarios únicamente con aquellos a quienes sentimos cercanos, bien porque nos unen vínculos familiares o de amistad, o bien porque compartimos una misma ideología e intereses. Fuera de esta casuística, ¿por qué tendría yo que ser solidario o apoyar al otro?

El quid de la cuestión es que solemos ser solidarios únicamente con aquellos a quienes sentimos cercanos.

Pero en la era de la interdependencia, la respuesta es muy simple: «porque tu vida y tu bienestar dependen de ello». No podemos escapar de nuestra dependencia de los demás. Probablemente, no nos apetece depender de nadie, pero lo cierto es que, si los otros no tienen cuidado, pueden infectarme; y si yo no tengo cuidado, puedo infectarlos. El virus nos ha hecho mutuamente responsables unos de otros. Y no solo a nivel físico, sino también a nivel económico, emocional y social.


Ese es el gran reto que este virus le ha traído a la humanidad: si queremos estar a salvo (y no solo a nivel físico), hemos de tomarnos en cuenta unos a otros y preocuparnos por el conjunto de la sociedad. Sí, incluyendo a los que no piensan igual que yo. Y también a los que siento lejanos. Porque solo si el conjunto está bien, yo podré estar bien.


En vez de exclusión, unidad entre contrarios. En vez de ataques y crispación, entendimiento y tolerancia. «Une y vencerás» es la fórmula secreta, el nuevo paradigma con el que podemos ganar este partido. Por goleada.



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